El niño muchas veces desafía al adulto ante un “no” o ante una orden porque vivencia una etapa del desarrollo en la que todavía está conociendo lo que es permitido y lo prohibido, lo que es peligroso de lo que no lo es. Como su pensamiento es egocéntrico, no entiende por qué la realidad no resulta como él la quiere crear y reafirma su “yo” oponiéndose.

No poner límites es tan peligroso como castigar.

Si a un niño no se le pone límites, se le enseña que todo lo que quiere es permitido, entonces se frustrará con facilidad y ejercerá la fuerza para obtener lo que desea.

Por otro lado, el niño castigado es oprimido; con el tiempo no se expresará por temor a equivocarse, su deseo estará en función del deseo del otro o, cansado del trato que recibe, terminará revelándose con violencia.

Los padres y los maestros tienen un poder que demarca hasta dónde el niño puede llegar. Los adultos, ante la dependencia natural del pequeño, lo orientan a tomar conciencia de que todo en la vida no se puede y lo sostienen en sus momentos de miedo, angustia y de espera. Pero también se detecta la dificultad de poner límites por culpa y por recurrir a la violencia física y verbal, y a humillaciones como es el caso de mandarlo a un rincón (situación en la que el pequeño queda expuesto, pero sin un cambio interior).

Es necesario reflexionar desde qué lugar el adulto pone límites… ¿Desde el amor, el respeto, la comprensión o la palabra firme? ¿O desde su impotencia, intolerancia, cansancio o desvalorización personal?

Errores en la puesta de límites

• Con castigo: el castigo es punitivo. En cambio,  la disciplina ayuda al niño a aprender la forma de comportarse según su edad. La disciplina corrige, el castigo genera dolor y hostilidad.

• Rigurosa: las sanciones son exageradas, por ejemplo, no dejar jugar a un niño durante una semana porque no hizo silencio cuando debía.

• Negativa: es la que no ofrece alternativas positivas en la corrección. El uso del “no” debe ir acompañado de lo que puede ser permitido “Acá no podés jugar, pero en el otro rincón sí”.

• La que hiere la autoestima: no recae sobre la acción a corregir sino sobre la personalidad del niño al reprenderlo con frecuencia y acusarlo de “tonto”, por ejemplo.

• Con soborno: se espera que el niño cambie su conducta a cambio de un privilegio, por ejemplo: “Si te calmas,  te doy un alfajor”. El niño continuará con la conducta equivocada para seguir obteniendo un “regalo” y hacer lo que quiere.

• Sobre la base del enojo y la amenaza: genera temor, pero no el respeto por el adulto. El niño permanece fijado a la falta del adulto más que a la propia.

• Para todos por igual: a todo el grupo se le quita un privilegio por la falta de uno.

Estrategias para disciplinar a los pequeños en el Jardín

Se mencionarán algunas estrategias orientativas para disciplinar a los niños, considerando que la puesta de límites es un trabajo que no se puede simplificar en “recetas” porque depende de los vínculos y de la elaboración interna.

• Usar palabras positivas con un tono amable, por ejemplo, “Por favor, habla más bajo” en lugar de decir “¡No grites!”.

• Si hace berrinches, alejarse del niño para no irritarlo, pero permaneciendo en el mismo ambiente y decirle que cuando quiera hablar o jugar se lo estará esperando.

• Valorar el comportamiento positivo: “Me alegra mucho cuando, en vez de gritarme, me decís por qué estás enojado”.

• Quitarle un privilegio al niño previamente, anunciándole las consecuencias. Por ejemplo, si el niño tira arena repetidamente a otros niños, pierde el privilegio de quedarse jugando y debe reparar pidiendo perdón; si destroza un juguete, solicitar a los  padres que junto con él lo ayuden a repararlo.

• Si se le indica una pauta que el niño no quiere aceptar, manifestarle lo que podrá realizar luego de cumplir con el deber, por ejemplo, “Cuando termines de comer, entonces podrás ir a jugar”.

• Proponer al niño hacer algo que le guste compartir con el docente, por ejemplo, amasar juntos.

• Corregir o evitar una acción del niño en un espacio próximo y no llamarle la atención desde lejos.

• Ante una situación de peligro, acercarse físicamente al niño y retirarlo explicándole con pocas palabras acompañadas de gestos sobre el riesgo de la situación (“¡Eso es malo”!, “¡Uh, hace doler!”).

• Sustituir un enunciado negativo por otro afirmativo. En lugar de decir “No tires”, expresar “Junta el juguete y luego podrás salir al arenero” o “Cuando juntes el juguete y te sientes, continuamos con la actividad”.

• Asesorar a los padres sobre cómo aplicar los límites en cada edad. Algunos padres le pegan en la mano al bebé para que no toque un objeto, pero el pequeño, al no conocer aún cuáles son los elementos prohibidos de manipular, solo registra dolor y temor.

Para asesorar a los padres

• No desautorizarse entre ellos delante del niño.

• No poner un límite que será imposible de sostener.

• Limitar en función de un aprendizaje y no de impulsos o violencia (cachetadas, tirar del pelo).

• Evitar corregir cuando el enojo desborda, es mejor esperar a recuperar la serenidad.

• No deben dar demasiadas justificaciones frente a un límite porque hace perder su eficacia.

Los límites tienen que ser claros y concisos.

• Evitar quitarle al niño alguna actividad relacionada con el deporte o la salud.

• Si la acción del niño hirió física o emocionalmente a alguien, que le pidan a su hijo que repare la falta (por ejemplo pedir perdón, un regalo de disculpas.)

• Cuando en el supermercado el niño hace berrinches o se escapa, incentivarlo para que ayude a buscar la mercadería y que la coloque en el chango.

• Si un bebé menor de 30 meses tira el plato de comida es porque quiere investigar qué pasa, entonces se le puede ofrecer un objeto blando para arrojar mientras come.

• No mentirle al niño, como por ejemplo, expresarle que no le compran más golosinas porque no tienen dinero cuando lo tienen.

• La puesta de límites es una forma del amor hacia los hijos; hay etapas en las que es más difícil disciplinar que en otras, pero es necesario no desesperar.

El límite es mejor aceptado por el niño cuando no solo se le indica lo que no debe hacer sino también lo que le es permitido, y cuando se sostiene un vínculo afectivo con él.

Cuando el adulto piense en cómo poner los límites o por qué no se lo respeta como autoridad, debe preguntarse qué pasa con sus propios límites.